9 de agosto de 2011

Bombas cayendo…


"Did you see the frightened ones?
Did you hear the falling bombs?
The flames are all long gone
But the pain lingers on
Goodbye blue sky"
Roger Waters [1979]



El 16 de junio de 1955, la Armada Argentina bombardeó la Plaza de Mayo. El objetivo inmediato de esa operación militar era asesinar a Perón. El objetivo político estratégico era erradicar el movimiento que le dio espacio y protagonismo a los trabajadores (de clases bajas y medias), a las mujeres, a los campesinos, a los pobres y a los militantes populares en el escenario político de nuestra sociedad. Y por lo tanto, el objetivo era expulsar al pueblo del Estado, quitarle sus derechos políticos y sociales, expulsarlo de la cultura y de la sociedad como sujeto, para reducirlo de vuelta a la explotación, para cosificarlo.
Esa operación fue apoyada por distintos sectores de nuestra sociedad que compartían los mismos objetivos políticos, tácticos y estratégicos. Primero, el sector de los empresarios que veían tendencialmente reducidas sus ganancias cada vez que los trabajadores organizados le ponían límites a su explotación. Ellos querían terminar con esa organización para explotar más, y ganar más. Después, el sector de los propietarios terratenientes, cansados de que el Estado les impidiera seguir apropiarse de la renta extraordinaria; renta que no se debía tanto a las inversiones ni al trabajo de ninguno de ellos, sino que se debía y se debe mayormente a la productividad extraordinaria de una tierra que Dios ha hecho una de las más fértiles del mundo. Ellos querían que el país siguiera siendo una semi-colonia agroexportadora en la que fueran los únicos protagonistas y beneficiarios. También un sector de las clases medias, profesionales independientes, pequeños comerciantes, empleados públicos, administrativos, trabajadores de mediana formación, intelectuales, que se sentían heridos al percibir que las clases populares, los trabajadores de menor rango, los pobres, los excluidos, ingresaban a la política y se les igualaban o los superaban en peso, en organización, en derechos, en protagonismo. Ellos no querían quedar equiparados a las clases más bajas de la sociedad, dentro de una sociedad de clases vertical en la que el mito de la movilidad les permitía sentirse, de algún modo, parte de la élite letrada, de la cultura a la cual el bajo pueblo, la plebe antes no podía acceder. Además, una serie de sectores e instituciones marcados por una mirada conservadora, obscurantista, celosa y egoísta, que sentían un profundo rencor al comprobar que eran las clases populares, los trabajadores y las trabajadoras, los auténticos artífices de la nacionalidad, la fuente única y los guardianes legítimos de la sacralidad, sin necesidad de mediaciones institucionales ni simbólicas.
Todos estos sectores, junto con otros, oportunistas, especuladores, agiotistas y mercenarios, apoyaron el intento de magnicidio. No les importó la ley: democracia no era más que una etiqueta, una palabra vacía de sentido, porque no implicaba al pueblo. Tampoco hubo sentimientos humanitarios. Bajo las diez toneladas de bombas que la Aviación Naval arrojó sobre la Plaza, murieron 364 personas. Muchos de ellos, valientes que, humildemente, armados con palos, piedras y lealtades íntegras, salieron esa tarde a la calle para defender al gobierno. Esa resultó la más cabal demostración del valor que estos sectores terminaban concediéndole a la vida.
Para más de uno, esos asesinatos, fueron un desquite. Un desquite por la riqueza que aquel gobierno popular les impidió apropiarse, aunque tal impedimento no fuera tan grande en la práctica. Un desquitarse, sobre todo, por el asco que la forma de ser del pueblo, sus afirmaciones, su organización, su dignidad y su orgullo les generaba.
A esos asesinatos, en la historia de nuestra sociedad se han ido sumando muchos otros: los de los basurales de José León Suárez; el fusilamiento del General Valle y los militares que se sublevaron en defensa del pueblo, de su gobierno y de sus leyes; la desaparición del militante obrero Felipe Vallese y de otros tantos; las muertes de Trelew; los miles de secuestros, torturas, violaciones, apropiaciones de menores, durante la última dictadura, pero también antes y después; los 34 homicidios del 19 y 20 de diciembre de 2001; el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki… Y otros tantos, los de miles de hombres y mujeres sin nombre, muertos de hambre, muertos sin derechos, muertos sin instituciones, muertos sin Cámaras Empresarias, ni Partidos, ni Iglesia, ni Fuerzas Armadas. Multitudes de asesinados por medio de la explotación, la pobreza, la miseria en el transcurso de más medio siglo.
Es imprescindible tener presente siempre cuál ha sido y cuál es la trayectoria de estos sectores sociales a lo largo de nuestra historia. Ello debe permitirnos entender su idiosincrasia, su lógica política y sus métodos; y, especialmente, debe permitirnos reconocer dónde y cómo se ubican esos sectores hoy, como sujetos políticos, en nuestra sociedad. Porque no sería extraño que, si de alguna manera llegaran a reeditarse situaciones como aquellas que referimos, en las que sus intereses resultasen más o menos menoscabados, y dieran lugar a la manifestación de sus resentimientos de clase, culturales, étnicos… No sería extraño que apelaran, una vez más, a los mismos medios que utilizaron en los últimos 50 años para asegurar sus beneficios materiales y simbólicos, reales o imaginarios.
Debemos estar alerta.

2 comentarios:

Vitarelli dijo...

Cual es la verdadera condición del campo hoy? Son terratenientes? Grandes propietarios de tierra como decís? Cual es la estructura del sector agrícola?
Porque en mi país (Brasil)los grandes latifundios son la realidad de nuestro "campo". Un reflejo de la sociedad desigual, mucho en la mano de pocos.
Saludos!

Anónimo dijo...

Y así la historia se repite; y se repiten las metodologías y las técnicas… A lo expuesto, me permito agregar que, durante esta semana de crisis con el campo, se han vuelto a escuchar – como en el ’55 – voces de apelación a la iglesia católica (el martes último, Elisa Carrió convocó a una “jornada de oración”), para que se sume a esta oposición “conservadora y obscurantista” en su defensa de una sociedad neo-colonial en decadencia. Como dice la canción: "Todos creen en Dios, ante el miedo incontrolable."