6 de noviembre de 2006

Advertencias

Hay que advertir —al que lee, pero también o quizás sobre todo al que escribe— que lo que se diga puede por muchos motivos ser duro, no gustar, quizás hasta doler. Se asume, además, el riesgo de estar equivocados al decir y al pensar lo que se piense. Ese riesgo es, sin embargo, menor: si se piensa algo que no es, que no se corresponde con cómo son las cosas, la materia, las acciones que tienen efectos, que son capaces de contradecir y echar por tierra los pensamientos, entonces esos pensamientos no pueden ser agresivos. En todo caso, serán la demostración de la ignorancia de quien escribe, de la propia obscuridad e incapacidad para comprender. Para comprender al mundo en el que somos, tanto quien escribe, como sus palabras, y también quien las lee e interpreta.

La imposibilidad de comprender duele porque puede llevar a equivocar, al error, y por su medio, a afectar las cosas —y entre ellas, a las personas, a los sujetos— de un modo injusto. Pero peor es sostener algo que no es, algo que no hay forma de sostener porque las cosas lo han derribado.

Esto último sería o una gran estupidez o una gran hipocresía. La estupidez cosifica a las personas, tiende a transformarlas en medios que otros pueden utilizar y aprovechar. Reducción a puros medios, cosificación, deshumanización. En general, la hipocresía es un medio para manipular estúpidos (estúpidos por desinformación, por condiciones objetivas o por propia elección), para someterlos, para cosificarlos. La hipocresía es de lo peor, lo peor. Y la estupidez es su complemento.

Si acaso hubiera error en estos pensamientos, sería conveniente que el error fuera expuesto y demostrado. Que se indicara dónde reside y por qué; que se señalaran las falencias, las flaquezas de estos pensamientos o incluso, de las acciones que les son anejas. No puede admitirse de ningún modo aquella soberbia rayana en la estupidez militante, que se oculta en la facilidad de los pensamientos ya hechos, sin querer asumir los errores —los necesarios errores— críticamente, sin querer corregirlos, sin querer mover, afinar y elevar el pensamiento, aunque cueste. No se puede, tampoco, separar a consciencia lo que se piensa de lo que se hace sin, la mayoría de las veces, dejar de ser sincero, sin dejar de ser honesto, sin transformarse por lo menos en un hipócrita, en un hijo de putas o en un estúpido.

Puede creerse por ahí que todo esto no es sino una locura. Tal vez se piense que todo esto que he contado no es más que un rejunte de detalles, de pensamiento puesto en nimiedades, en minucias insignificantes y, a la vez, en exageraciones fabularias… Puede ser. Pero esto ha sido concebido como un esfuerzo por reconstruir un sentido para la vida pasada hasta hoy y proyectar un sentido para la vida por venir. La vida propia, individual, singular, reducida. Y también la vida como parte, como componente del todo universal, general, común.

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